Desde los escombros del Jet Set (Deterioro acumulado; Parte 4)

Habiendo hablado ya de la configuración estructural del edificio, es momento de abordar un tema inevitable: el deterioro, ese proceso silencioso que puede transformar una estructura aparentemente estable en una trampa mortal.

 

El deterioro en edificaciones no es más que la transformación física o química de los materiales que las componen. Cuando esa transformación compromete su capacidad de resistir cargas como fue concebida originalmente, estamos frente a una condición crítica. Sin embargo, no todo deterioro es necesariamente negativo: con intervenciones oportunas y los cuidados adecuados, incluso comportamientos inesperados pueden controlarse o revertirse. La célebre Torre de Pisa es quizás el ejemplo más icónico: sigue en pie gracias a sofisticadas maniobras de ingeniería, tras comenzar a inclinarse poco después de su construcción.

 

Ahora bien, para que una estructura se deteriore se requiere que se den las condiciones para eso, empezando, pero no limitándose al tiempo. Incluso en condiciones óptimas, todo material tiende eventualmente a degradarse. Y ese tiempo puede jugar en contra, más aún si se dan otros factores externos que sean más agresivos que las condiciones normales –que, por entropía, también siempre tienden al deterioro-.

 

Volvamos entonces por un momento a la hoy llamada “zona cero”, en la avenida Independencia. El ingeniero Antonio Rodríguez, especialista en hormigón y suelos, ha señalado un detalle importante: la cercanía del lugar con el mar. Lo que para muchos puede parecer irrelevante, para una estructura de hormigón armado es un dato crucial.

 

El Jet Set fue construido con el material más común en la construcción dominicana: el hormigón armado. Este sistema combina acero y hormigón simple —una mezcla de grava, arena, cemento y agua—, donde el hormigón resiste la compresión y el acero, la tracción. Además de complementar sus funciones mecánicas, este "matrimonio" tiene otra virtud: el hormigón protege al acero de la corrosión, actuando como una barrera física y química.

 

Pero esa protección tiene límites. En zonas costeras, los procesos de corrosión pueden acelerarse hasta cinco o diez veces respecto a ambientes urbanos menos agresivos. El aire salino, cargado de cloruros, penetra con el tiempo en el hormigón, especialmente si este no fue correctamente diseñado o mantenido. Si el hormigón no tiene suficiente densidad o si sufre fisuras, la barrera se rompe y el acero queda expuesto.

 

Cuando eso ocurre, la varilla comienza a corroerse. Y la corrosión actúa en dos frentes: reduce la sección efectiva del acero —disminuyendo su capacidad de resistir tensiones— y, al aumentar su volumen aparente, genera presiones internas que terminan por desprender el recubrimiento de hormigón. Es decir, el concreto que cubre y protege al acero comienza a caerse.

 

Ese fenómeno —el desprendimiento progresivo del recubrimiento— podría explicar los reportes de pequenos desprendimientos de escombros previos al colapso. El merenguero Sergio Vargas declaró que, apenas dos semanas antes del derrumbe, dio un concierto en el lugar. Al terminar su presentación, notó restos de concreto en el suelo y, al preguntar, le respondieron que “eso ya era normal después de cada concierto”.

 

Si esto era una constante, como sugieren varios testimonios, estaríamos ante un patrón de daño acumulado ignorado durante algún tiempo. Un ciclo repetido de vibración, sobrecarga y corrosión, debilitando poco a poco el sistema estructural… hasta que el sistema habría dejado de resistir.

 

En las próximas entregas, exploraremos las posibles causas específicas detrás de estos desprendimientos, y que podría explicar la coincidencia, si es que la hubo, entre esos desprendimientos y cada uno de los conciertos.

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